sábado, 11 de octubre de 2014

Time.

Cuando quieres a alguien de verdad, las palabras para demostrarlo no valen, no pueden alcanzar un cuarto de lo que quieres enseñar al mundo por esa persona, por eso sé que cuando amas a alguien de verdad, quedarte en un sillón no es una opción. El amor es un acto de libertad; poder elegir a mil personas y quedarte con la única que te hace sentir que tienes un hogar paseando por un parque, la persona que si ve que no eres capaz de levantarte, se tumbe contigo. El amor no se ruega. Aprendí que cuando quieres a alguien, el resto del mundo se vuelve invisible a tus ojos y tú única ilusión es gritar al mundo qué ella es tuya, qué es la persona que te alegra tan solo con mirar su foto cuando no está. El amor es impaciente y cuando abres los ojos y sabes que es ella, no puedes ni quieres hacer otra cosa qué no sea correr hacia la puerta de su casa para darle el abrazo qué te haga sentir que estás a salvo. Esperar por verla no es una opción. El amor es egoísta, y el corazón quiere salir por la garganta, con tan solo pensar qué otro la haga sonreír o pueda querer apartar el mundo qué ella te otorga llevándosela consigo. El amor es no tener cavidad para la cobardía, ser capaz de mover el cielo por decirle una vez más qué sin ella no existe luz entre tanta oscuridad. El verdadero amor no conoce el miedo. En un corazón con tantas cosas buenas gracias a alguien, no puede conocer el miedo de arriesgarse. El amor no está hecho para los cobardes.