martes, 27 de marzo de 2012

Cartas a una misma.

~  Lloraba, y se preguntaba que hizo mal, intentando buscar en si misma respuesta a una pregunta retórica, aun sabiendo que el fallo era a ver estado en el lugar y el momento indicado. Persistía en hacer el bien, de si misma brotaba vida, luz en plena oscuridad, un destello en una bombilla fundida y sin embargo sentía que nadie querría ser plena oscuridad para que ella fuese un destello de esperanza. Tan solo el básico taconeo de sus tacones al andar rompían la música de aquella guitarra y piano que sonaban en aquel toca-discos, pero le servía para poder no dejarse llevar por sentimientos con los que llevaba años intentando no hablar y de nuevo, golpeaban aquella coraza intentando entrar. "No servís, ¡marchaos!"- gritó eufórica inmersa en su agonía, mirando hacia todos lados, como intentando ver las notas flotando en el aire. "Sois pura decepción, sois como lágrima sin sal, como un fuego sin leña, como una chispa sin oxigeno, ¡marchaos!"- gritó aporreando el escritorio de la sala de estar. Se sentó en su butacón de piel roja y se dejó llevar, sentía que en cada gemido de dolor no físico, un golpe se liberaba, la dejaba semi-libre. De repente un flash la hizo reaccionar, en aquel escritorio era donde siempre guardó sus cartas que sabía se enviaría a si misma de mayor para recordar quien era antes de que una sociedad y un futuro, la hicieran olvidar quien fue. La locura la hizo abrir cajones por doquier, moviendo folios entre facturas y publicidad, ahí estaba, todas sus cartas juntadas por una goma. Arrastró todo cuanto había encima del escritorio incluido el flexo que la iluminaba y acabó en el suelo, por un segundo dejó de pensar y sentía como el corazón le daba las gracias, por no martirizarse durante aquellas estupendas décimas de segundo que su mente estaba inmersa en un pasado mejor. No podía, la habían desmagullado por dentro, no era la misma pero su madre siempre le dijo que la esperanza era lo último que se pierdía y ahí estaba, intentando encontrar a Sophie entre cartas que un día escribieron su puño y letra. Encontró una carta que le llamó la atención sobre todas las demás; 22-3-83. Empezó a leer, sabía que algo la llevó hasta aquella carta, no sabía si las notas del piano, la angustia que la manejaba o simplemente uno de esos presagios que nunca le habían llevado a buen puerto. De repente la música dejó de sonar y Sophie dejó caer la carta sobre sus rodillas, tan solo una lágrima de mil que había podido derrochar en día bastó para ser libre, al leer de su propio puño y letra: "Recuerda que el mundo es capaz de abandonarte, dañarte quizás hasta olvidarte, pero siempre que te mires a un espejo, tú serás eterna, tú alma también, sé buena con o quienes no lo merezcan, por ello todos te recordarán algún día, y tú misma también".

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