lunes, 5 de noviembre de 2012

Bosque con alma.

~ Sin zapatos, pisando con paso firme aquellas hojas húmedas que paso a paso dejaba tras de sí. Era pura belleza, belleza natural no modificada aún por la mano del hombre. Aquel bosque tenía vida propia. En ocasiones, Clarise podía escuchar cantar los árboles, conversar a los ruiseñores y susurrar al viento entre las ramas, era sin duda, su rincón mágico. Le encantaba perderse durante horas, perderse entre el aroma a hierba fresca y pensamientos de un mañana. Clarise era soñadora, siempre risueña y optimista. Constantemente había que sacarla de sus pensamientos y aún si respondía, podía verse en la ausencia de sus ojos, que su mente seguía en algún lado que nadie conocía, allá donde se estancasen sus pensamientos. La reencarnación, el Karma, las buenas y malas energías, eran la religión, filosofía de vida, cómo prefiriesen llamarlo, de Clarise. Jamás podría obtener respuesta de si era el estilo de vida correcto, de si era cierto todo cuanto daba por lo que ella creía, pero era feliz haciendo el bien, pensando y soñando que todo cuanto hiciese, sería menos mal Karma, mejor Karma en un futuro. Decidió perderse un poco más allá del bosque, allá donde comenzaba el precipicio. Desde aquel lugar se podía contemplar la cascada que daba al lago Wates, el más famoso del poblado. Era azul como el topacio y transparente y brillante como el cuarzo. Era el alma del bosque, la joya natural más conservada en kilómetros, para Clarise, la más significativa. Clarise era muy diferente a todas las personas a las que la gente tiende a tropezarse por cualquier lugar, simplemente, había algo diferente en ella, en su aura. ¿Era luz?, ¿esperanza?, ¿bondad?. Todo el mundo que la conocía simplemente no gesticulaban palabra, tan solo con escuchar su nombre, sonreían, como si su nombre trajese consigo la paz; no hacia falta más. El poblado y sus gentes no fueron los únicos que vieron 'la luz' en Clarise, hubo un muchacho, uno en particular que más que ver la luz, quedó prendado de ella. Arthur, así se llamaba. Era un chico singular, no muy conocido entre sus gentes, callado y tímido, pero eso no fue obstaculo para que Clarise pusiese su mirada en él, un día cualquiera, cuando cómo no, se tropezaron en aquel bosque. Por ese simple hecho, para ella, aquel bosque tenía alma; él se la dio. Clarise, a pesar de ser más corazón que persona, no siempre tuvo la suerte de ser bienvenida en todos los lugares que hubiese querido. Más de una vez la tacharon de extraña, de una mala reencarnación con cara de ángel pero sin embargo...Arthur, cuando la veía simplemente contemplaba la armonía que se podía ver a su alrededor, la energía que desprendía su sonrisa o comenzar a soñar en centésimas de segundo al verla correr con su vestido color hueso a través de aquel bosque, entre risas y carreras de dos personas que tan solo sin palabras, saben que se buscan sin saberlo. Tal vez Clarise fue la luz del despertar de Arthur, pero Arthur para Clarise sin duda fue la realidad que la trajo de vuelta a este mundo, en el cual ya no la asustaba soñar. No en aquel bosque, juntos. 

jueves, 1 de noviembre de 2012

'Fairy Tales'

~ Era un sentimiento que galopaba sin resentimiento, sin pensamientos a favor. Era un ardor en el pecho, no subía ni bajaba, tan solo se estancaba junto a su pena. Cada día era un llanto nuevo, una lágrima de diferente forma y el mismo dolor. Se preguntaba por qué a ella, por qué ahora. "Tan solo hay que mirarme para saber el por qué" - se dijo mirándose al espejo. Se recogía el pelo mientras se secaba aquellas lágrimas que marcaban sus mejillas cada vez que decidían correr hacia su barbilla. "¿Aún crees en cuentos?, tan solo, mírate. - se dijo mirando sus brazos arañados. Caminó hasta la otra punta de la habitación, en busca de su cajón de lectura, y ahí estaba...'Fairy Tales'. Fue su libro favorito durante años. Aún recordaba a su padre leer aquel libro cada noche, en el borde de su cama, mientras la contemplaba dormir. Era hermoso, poder conservar todos aquellos recuerdos, aquellas historias tan solo marcadas con tinta en un par de papeles. Lo abrió y comenzó a pasar páginas hasta la portada final. Había una dedicatoria. Era su gran Credo, sus 'diez mandamientos', los cuales la consolaban cuando no le quedaba nada, ni nadie. Antes de comenzar a leer posó el dedo índice sobre la primera línea, antes de comenzar a leer, sabiendo que una vez que empezase, las lágrimas se desprenderían de sus ojos como cascadas, sin poder controlarlo, una vez más. "Querida Anne; la vida son más piedras que caminos, más castillos que príncipes irán en su busca, más tormentas que cielo por cubrir, más penas que consuelos por conseguir, pero debes recordar; el mundo no es perfecto, aquellos que habitan en él tampoco. Compréndeles".