jueves, 17 de enero de 2013

Quebrante.

~ Ahí estaba de nuevo, el frío llamando a su puerta. Se negaba, una y otra vez a aceptar que cada pocos meses, su miedo volviese tras ella. Reclinada en su butacón, sus gafas de media luna y uno de sus peculiares libros en mano. Así quería recibir la llamada de invierno Annais. Hacia tiempo que se fue pero su presencia sin embargo, aún era palpable en aquel cuarto. Con la mirada perdida de aquel libro, contemplaba aquel cuarto que meses atrás, fue su Olimpo. Cerró la portada de aquel libro, lo posó en la mesa de noche y se dirigió a la cocina. Cabizbaja, lúgubre, gris; así se había vuelto desde su partida. Abrió el armario de la despensa y simplemente esperó. Esperaba que alguien la parase de nuevo, qué alguien quisiese cuidarla una vez más, pero ya nadie había para que le ofreciese su ayuda, su atención, ya no le quedaba nada. Cerró la despensa, suspirando. Giró la cara hacia la derecha y se vio reflejada en la imagen del cristal, y simplemente, estalló en un llanto. James ya no estaba para consolarla, abrazarla o simplemente suplicarla que mirase hacia adelante simplemente, aquella casa se quedó vacía. Como ella. Annais se dirigió al mueble del salón, el segundo cajón a la derecha de la televisión y se puso a escarbar, tirando todo cuanto se encontraba a su paso, si no era lo que buscaba en aquel momento, no importaba, necesitaba aliviar sus ansias. Lloraba, pegaba y gritaba pero nada servía, él no volvería. Ella intentaba aferrarse a la idea de que James, quería que fuese feliz, con o sin él pero no era tan fácil, no para quien ama de verdad. Abrió el primer cajón de la derecha, a sabiendas que sus recuerdos no podían andar lejos, jamás los perdería, jamás osaría no recordar donde guardó algo tan importante como un corazón, y menos el suyo. Tiró fotografías antiguas, manteles de mesa de navidad, velas en caso de emergencia y al fin, ahí estaba. Su pequeña caja fuerte, atada a aquellas minúsculas llaves. Sintió como si aquellas llaves, estuviesen a punto de abrir de nuevo una herida, pero que hermosa y añorada herida. Ansiosa y sin más demora, sin guardar todo cuanto tiró se dirigió hasta el sofá de piel color hueso frente a la televisión, se sentó y cruzó las piernas entre sí. Le temblaba el pulso, y cuanto más temblaba por los nervios, más aumentaba su ansia de conseguir abrir la caja. Por fin se escuchó como encajaba la cerradura con llave y, antes de abrir la caja, cerró los ojos y tomó aire. Abrió la caja y ahí estaba; un libro de poesía con una rosa seca entre sus páginas, marcando uno de sus mejores pasajes, un anillo y quince fotografías numeradas en orden. Annais se echó la mano a la boca, intentando controlar su respiración, era agónico,hermoso...eran recuerdos. Cogió aquel libro y lo abrió por donde marcaba la rosa y comenzó a aspirar el olor de aquel libro. Notaba como volvía la calma para sí, lo besó y volvió a guardarlo. En aquellas páginas aún estaba su perfume. Serena, con el corazón aún dando bandazos intentó mantener la cordura. Cerró la caja y se decidió a guardarla de nuevo. Después de minutos recogiendo aquel estropicio volvió a sentarse en aquel butacón, donde las horas volaban, donde los sentimientos simplemente exiliaban. Se remangó las mangas de aquel jersey de algodón, y miró. Observó las huellas de lo que un día fue real, aquellas cicatrices que harían que Annais, jamás olvidase que James fue real. Qué a pesar de que no sobreviviese cuando la salvó aquel día, siempre estaría presente en su cuerpo y en su memoria para siempre. 

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