miércoles, 17 de octubre de 2012

Eterna.

~ La noche decidió por si sola, caer antes aquella noche. Lucinda arraigaba todo cuanto la rodeaba, a aquellos sentimientos que la seguían desde su despertar aquel día. Su alma vivía en aquel pueblo, la nieve reinaba sobre él gran parte del año, y eso a Lucinda, la hacia sentir libre. Desde la ventana de su casa, podía contemplar las montañas, teñidas de un blanco que parecía puro como un ángel recién caído del cielo. Si cerraba los ojos podía escuchar el sonido del riachuelo junto a la carretera, chocando y rompiendo contra los hielos acumulados en el agua. ¿Qué más podría pedir en un lugar como ese?. Un taza de chocolate caliente, un abrigo de lana y él. Lo tenía todo exceptuando el último punto. Lucinda todo cuanto quería en días de lluvia, tormenta, sol o viento, era tener a Roger consigo. No podía parar de pensar que si él estuviese ahí no necesitaría abrigo, él la abrazaría. Si él estuviese ahí, no necesitaría una taza de chocolate caliente, él la besaría. ¿Cómo un sentimiento podía cumplir, llenar y abastecer las necesidades físicas de una persona que no estaba ahí?. Es sencillo, el corazón es físico, el amor que hay en él es invisible. Lucinda estiró las mangas de aquel abrigo de lana hasta cubrirse los dedos enteramente con él. Se sentó en su camastro, con las piernas pegadas al pecho, mirando por aquella ventana de madera, con el cristal semi-empañado por el frío. - "Espero un sentimiento que llega antes que tu presencia, pero te esperaría aun no teniendo la seguridad de si un día volverás, tú me haces eterna"- pensó Lucinda, antes de soltar una lágrima de felicidad, pensando en que sin embargo, ella sabía que si volvería. 

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